sábado, 4 de mayo de 2013

Lola de Ribadavia y sus hermanas

Aquí comienza esta historia de tres hermanas que salvaron la vida a más de 500 judíos.


Las tres hermanas nunca comentaron aquella operación tan arriesgada a nadie que no fuesen ellas y quienes formaban la red que habían tejido para evitar la muerte de judíos. El nombre de aquel flaco judío-alemán de los ojos azules, llegado de Lyon, de donde se había escapado del campo de concentración con un asturiano al que las balas nazis mataron tras la huida, fue uno de los muchos que Lola y sus cómplices se llevaron a la tumba, pero no han sido sus familiares quienes han descubierto el juramento de silencio que las Touza se hicieron en vida, si no un viejo judío neoyorquino que por 1.964 quiso saber qué había sido de aquella mujer que le llevó una noche sin luna a la libertad, al otro lado de la frontera. Se llamaba Isaac Retzmann y, como tantos otros salvados por las hermanas, pudo alcanzar América en 1.943. 
Retzmann había conocido a un emigrante gallego en la Gran Manzana, Amancio Vázquez, y, sabiendo que éste volvía a su país natal de vacaciones, le pidió  que preguntara por las hermanas Touza y éste a su vez se lo contó a un librero de VIgo, Antón Patiño que empezó a investigar la historia que desveló el periódico El Mundo con un artíulo de Paco Rego  (Antón dejó escrito antes de morir, en 2005, el esbozo de la verdad de estas heroínas de Ribadavia). Antón se interesó por la historia y se reunió con ellas; poco antes de su muerte, en el año 2005, y dio a conocer los hechos en su libro Memoria de ferro. De Lola Touza, la más bella de las hermanas, se sabía que su imagen había ilustrado una estampa que circuló por el frente de guerra del 36 para animar a las tropas, que los niños de Ribadavia aprovechaban los recreos del colegio para ir a su quiosco a probar deliciosos dulces caseros, y que era una madre soltera más, pero guardaba un secreto. Las hermanas Touza, Lola, Amparo y Julia, vivían en un peculiar casino, en el que se jugaba a las cartas, y había un salón de baile, lugar también en el que las hermanas, en los duros años de la posguerra daban de comer y ofrecían ropa a gente que se veía obligada a emigrar en busca de trabajo. Regentaban además un kiosko, la cantina de la estación de tren de Rivadavía, con lo que estaban al tanto de la clandestinidad acaecida tras la guerra, siendo un zulo de la cantina el escondite que utilizaban algunos vecinos para guardar el Cafe Sical que conseguían de contrabando. Su casa estaba separada tan solo unos metros de las ventanas del Ayuntamiento de la Villa donde se encerraban al principio a los presos durante la guerra civil. Ellas llevaban comida a los presos encarcelados, y desde la cantina de la estación, ayudaban tanto a los presos que eran transportados en convoyes a las cárceles de Vigo como a los soldados que se apretaban en vagones de camino al frente (muchos casi niños). Fueron encarceladas durante la guerra civil por socorrer a presos. Con aquel hombre del andén, las hermanas Touza empezaron a tejer una red de fuga (dicen que la más importante de la península). Esta red se iniciaba en Gerona, en la frontera con Francia, y en un primer tramo llegaba hasta Medina del Campo, y desde allí continuaba hasta Monforte y Rivadavia, donde solían llegar los judíos perseguidos al anochecer. Los enlaces los conducían hasta ellas en su cantina de la estación y corrían con los gastos de coches y guías que esperaban al otro lado de la frontera). En la fase final, eran llevados a la frontera portuguesa, y desde el país vecino embarcaban rumbo a América o puertos del norte de África. El Cantábrico era más peligroso por estar más controlado por los alemanes. Para esta labor, se rodearon de colaboradores fieles hasta la muerte, José Rocha Freijedo y Javier Minguez Fernandez (El Calavera), ambos taxistas, Ricardo Pérez Parada (El Evangelista), un tonelero que había aprendido inglés y polaco siendo emigrante en Nueva York y hacía de traductor, y el barquero Ramón Estévez. Según la ruta que eligiera Lola (tenia 3: por senderos, por carreteras de tercera y cruzando el Miño), actuaban sus cómplices, héroes anónimos también. Con los bailes organizados en el casino, no solo sacaban un dinero extra para capear las penurias de la posguerra, si no que hacían caja para su causa clandestina. Ramón Estevez Arango dice de Lola que "a su lado nadie pasaba hambre. Vendía cualquier cosa con tal de ayudar a un solo judío, porque era una persona extremadamente generosa." Con el dinero conseguido, pagaban algunos favores, y el resto se lo daban a los judíos escapados. Todo empezaba con la llegada de un convoy señalado a la estación de Ribadavia. Lola esperaba con su cesta llena de rosquillas, caramelos y dulces de almendra en las manos. A veces los ofrecía por las ventanillas desde el andén, y otras veces se subía al tren y recorría los vagones con su mercancía. Entonces se encontraba siempre con alguien que le anunciaba la llegada inminente (día, hora y vagón) de una nueva tanda de judíos. Los días de llegada, Lola era la primera en abandonar el quiosco, y auxiliaba a los judíos que llegaban. Los escondía en su casa y les daba alojamiento y manutención con la complicidad de sus hermanas. El mensaje de que unos judíos estaban a punto de llegar corría a los oídos del Calavera, y en el silencio de la noche elegida se consumaba la fuga a bordo de su taxi, un Dodge negro americano. Ninguna de las tres hermanas se casó. Lola era madre soltera, y su hijo murió sin saber las hazañas de su madre. En los años 50, Lola, Amparo y Julia dejaron la actividad del casino y se dedicaron a atender solo la cantina de la estación. Lola murió en 1.966 de un ataque al corazón en la cantina, como apunta su nieto "con las botas puestas". El 7 de septiembre de 2.008 recibieron en su Ribadavia natal un emotivo homenaje póstumo en reconocimiento a su labor de ayuda desinteresada a judíos perseguidos por el nazismo durante la II Guerra Mundial. En una colina de Jerusalén hay un árbol plantado en honor de Lola, Amparo y Julia Touza Domínguez, as de Ribadavia, plantado por El Centro Peres por la paz. El Centro de Estudios Medievales de Ribadavia ha solicitado a Israel la declaración de Justas de las Naciones para las hermanas. 
Lorena 4º ESO

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